Miguel Issa: si tienes que llorar para hacerlo bien entonces llora

La tarea escénica se asoma tras el telón. Tiene la voz y firma del inconfundible Miguel Issa, quien hilvana la danza, la música y el teatro desde hace más de 30 años.

Por Miguel Nappi Matos | Ciudad CCS

Se encuentra satisfecho con la ópera La libreta de California recién estrenada, en la que deja ver su anhelo musical.

Y en plenos preparativos para el estreno de ese montaje recibe al equipo de Ciudad CCS para hablar sobre su fructífera carrera. Issa reside en su natal Propatria, sector al que está dedicando un libro de crónicas, como buen amante de la ciudad.

Desde muy joven se ve envuelto en una “fuerza centrífuga”, como él mismo describe al teatro.

—Este año cumples 30 años de debut en las artes escénicas. ¿Cómo ha sido ese recorrido?

—Originalmente yo iba a ser músico, quería ser director de coro y orquesta. No llegué a ejercer porque no tenía la nobleza de un instrumento para ser un cantante lírico, pero tuve una vida coral bastante intensa. En ese recorrido, el coreógrafo Luis Viana me invitó a participar como cantante-actor en el Festival de Jóvenes Coreógrafos en el año 1987, y eso cambió el rumbo de mi vida. Pertenecí a Acción Colectiva, en donde me fui desarrollando en las fronteras de las artes escénicas, entre la danza y el teatro. Mis propuestas siempre han sido muy versátiles, y esto me permitió hacer óperas, zarzuelas y mis propias coreografías. Luego estuve en el Iudanza, un punto importante para el desarrollo de la danza en el país, en el Iudet y el IUEM (hoy fusionadas en Unearte). Una vez que incursiono en el teatro, me encuentro como en una fuerza centrífuga. Además tuve la suerte de participar con jóvenes creadores que, sin saberlo, estaban marcando cambios en la danza en el país: Luis Viana, Leyson Ponce, Lídice Abreu. Fue un momento de erupción en la danza. Sin embargo, hubo un espectáculo en particular que me dio un impulso importante y que 22 años después aún lo nombran y lo nombro, Espuma de Champange, en el Hotel Miramar de Macuto, también con el Festival de Jóvenes Coreógrafos que rompió con todos los esquemas.

—Tantas vertientes en el campo artístico, ¿por qué la fidelidad con el teatro y cómo fue esa experiencia de trabajar con niños?

—Se fue dando así. Las artes escénicas tienen esa magia; todos los días es una energía distinta, el público y los espacios son distintos, y esa vitalidad que te da el estar trabajando para la escena. Yo tengo muchos deseos de volver a actuar. Fue una experiencia muy bella que me dio músculo para la docencia, y abordar luego otras edades. Cómo sembrarles un valor a estos jóvenes. El ciclo con los niños se cerró con un proyecto en los años 90 llamado proyecto N.A.V.E. (Niños Actores de Venezuela), en el que participé con un montaje que se llamó Oliverio y que marcó unas cuantas generaciones. Todo esto me permitió trabajar con una incondicionalidad ante el hecho creativo. Se debe pasar por un proceso; hay gente que quiere llegar al final y no, hay que pintar ese cuerpo de muchos colores. El ejercicio para desbloquear previamente las tensiones, las emociones, un trabajo técnico y expresivo y todo esto lo da el teatro.

—Dentro del contexto país, ¿cuál es el papel que a su juicio tiene el teatro?

—Creo que la función del teatro es la misma, simplemente que la función transformadora, no del pensamiento, transformadora del sentimiento, es el espacio generador de referencia, un espejo. La función nuestra es generar, destapar sensaciones, emociones, detonar recuerdos, generarte llantos y sonrisas, liberarte. Yo he trabajado con las obras de Bertolt Brecht, que es muy político; lo interesante es cómo él habla del hombre y la sobrevivencia de este en el día a día. Por supuesto somos seres que estamos viviendo un momento muy intenso, y esa intensidad inevitablemente se ve en el escenario.

—La ciudad contempla varios espacios de vida artística, sin embargo existe una dualidad entre ellos. ¿Cómo lo valora?

—Fíjate que cuando se creó el festival de teatro se rompió esa frontera. Yo me he presentado en casi todos, no tengo rollo; en Chacao, Trasnocho. Claro, tengo que entender que si voy para el Trasnocho tengo que saber a quién va dirigido, que no va a ser a la misma gente que va al Municipal; el enfoque de difusión cambia radicalmente. Hay fenómenos como el microteatro, que se presenta como una alternativa y tiene convocatoria, está dando respuesta a una gente que a lo mejor lo necesita. Está el fenómeno de la Caja de Fósforos de la Concha acústica de Bello Monte, es una maravilla; tienen un espacio chiquitico y hacen festival de teatro europeo, por ejemplo. Todos los esfuerzos son importantes, así como es importante el rescate de los teatros que se han hecho acá, como el rescate del Teatro Alberto de Paz y Mateos. Sería ideal que ese muro imaginario se rompiera, porque somos el mismo gremio. No hay que perder los espacios ganados, hay que seguir, ni el de Los Naranjos, ni el de Santa Fe, ni estos. Esto es ganancia para todos.

—¿Qué significa el Teatro Teresa Carreño para ti?

—Para mí es muy importante el TTC. Ahí se sembró algo muy lindo, trabajé con la programación, se logró un buen nivel de cosas, producciones. Logré postular a trece de los realizadores más importantes para otorgarles el reconocimiento de maestros honorarios. Fue para mí uno de los mayores logros.

—¿Qué crees que se debe trabajar aún más a nivel cultural?

—A nivel de cultura debemos tener la capacidad de engranaje. Tenemos la danza, el teatro, la música, el cine, lo tenemos todo, y eso pudiese facilitar muchas cosas. Cuando hice Caracas el valle de los inquietos, a propósito de los 450 años de la ciudad, trabajé con la Orquesta Sinfónica Municipal, mi compañía DRAMO, el taller de danza sin fronteras, el TTC y Fundarte. Tocando las puertas fui generando ese proyecto, y en conjunto se logró hace una coproducción. Como individualidad, logré ensamblar un equipo. Entonces sí se puede hacer el engranaje.

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