Jimmy Bidaurreta y Mikel ‘Makala’: «La apropiación cultural es una bendición; sin ella no habría jazz»

Makala & Bidaurreta. Tabakalera acoge la presentación de ‘Descarga libre’ (2019) en un concierto gratuito junto a músicos cubanos

Vía: www.diariovasco.com | JUAN G. ANDRÉS SAN SEBASTIÁN.

«No veo problemas en abordar una música ajena desde el respeto y, si se puede, con calidad»

JIMMY BIDAURRETA, PIANISTA Y PRODUCTOR

Como dice Mikel Unzurrunzaga Schmitz ‘Makala’ (Zarautz, 1970), se conocen «desde los primeros años de este siglo XXI» y ya habían colaborado en proyectos de onda latina. Baste recordar aquel ‘Unexpected Tapas’ (2011) que recopilaba temas y singles como ‘Partió la tabla’, ‘Ska con boogaloo’ o ‘Meneíto magistral’. Para los temas oríginales que incluye ‘Descarga libre’ (2019), ha vuelto a contar con el pianista Jimmy Bidaurreta (Donostia, 1971) y con un elenco de experimentados músicos cubanos que aportan autenticidad al conjunto.

– El anterior disco de Makala, ‘Xake!’ (2015), abundaba en sonidos jazz y funk. ¿Por qué esta vuelta hacia lo latino?

– Mikel Makala. Aquel proyecto estuvo bien pero no traspasamos fronteras, ese ‘groove’ del funk y el jazz no impacta tanto en el exterior. En cambio, los temas latinos que grabamos hace diez años tuvieron una buenísima respuesta internacional: disjockeys de Nueva York, Londres, Berlín, Tokio y Sidney se interesaban por pinchar aquellos temas porque lo latino les llega más. Ahora quería retomar ese sonido y llegar más lejos, y en menos de un mes hemos recibido buenas críticas, desde Los Ángeles hasta Austria pasando por unos productores de Polonia que quieren hacer remezclas.

– ¿El motivo es sólo comercial?

– M.M. No, claro, está más relacionado con la difusión y la proyección porque aquí no hay pasta: esto es absolutamente underground. Es verdad que ahora lo latino está de moda otra vez, pero lo nuestro no es comercial, sino más bien un producto con cosas recicladas. También hay otra cuestión, y es que aquellos temas de hace una década no fuimos capaces de llevarlos el directo, mientras que ahora sí. Además, lo hacemos con un grupo de músicos cubanos afincados en Euskadi que facilita mucho la puesta en escena.

– Y le da una gran credibilidad…

– M.M. Esa es otra de las paradojas: no nos damos cuenta de que en Euskadi hay un montón de gente de otros países que son músicos. El caso de Omar González Mesa, que canta ‘Descarga libre’ y ‘Tinta negra’, es increíble: podría liderar cualquier orquesta. Hacen un tema de Buena Vista Social Club, cierras los ojos y, vale, igual no suenan como Compay Segundo o Ibrahim Ferrer, pero la autenticidad es total porque llevan haciendo música desde niños: te transportan a Cuba en el acto. Son señores cubanos tocando su música… No hay trampa ni cartón.

– ¿Y cómo es el trabajo con Jimmy Bidaurreta?

– M.M. Tiene un callo que se te va la olla. Ha profundizado muy estrictamente en toda la música latina. Hoy día en Euskadi no creo que haya nadie con más conocimiento que él en ese ámbito. Para mí es un lujazo porque yo sé tocar el bajo pero mis conocimientos de música son básicos. No tengo el bagaje y la riqueza de Jimmy. El matrimonio ha funcionado: él controla más de música propiamente dicha y yo domino más las distintas tendencias.

– Jimmy Bidaurreta. Somos bastante complementarios, creo. Yo, aporto, sobre todo, mi conocimiento de la música latina, que se remonta a los años 90 y a aquella escena donostiarra en la que florecieron proyectos como Sonora Candela o Tumbaíto.En realidad, lo latino no fue una elección pero fueron tiempos en los que había mucho trabajo y no paré de tocar. Llegó un momento en que quise dar un salto más en el conocimiento de esas músicas y para seguir alimentando ese ‘demonio’ me fui a estudiar al conservatorio de Rotterdam. Allí tienen un departamento de Jazz y Músicas del Mundo y yo me especialicé en jazz latino. Holanda puede parecer un sitio peculiar para aprender esas músicas pero los estudios reglados son muy ordenados y aprendí de profesores latinos de muy alto nivel.

– ¿Qué es lo esencial al abordar un trabajo como este?

– J.B. En mi caso no sólo es importante tocar bien el piano, sino también tener conocimiento de la percusión, de los arreglos, de cómo funciona esta música… Lo fundamental en la producción es que si lo escucha un cubano le sorprenda la calidad y la onda en la que suena, y que diga: «Estos tíos saben lo que están haciendo». Porque si no lo haces bien, te pueden decir que suena muy blanco, que el ritmo está cruzado… Si tienes un conocimiento profundo, el producto suena mejor porque está afinado.

– M.M. En este proyecto me encantaría limitarme a hacer los coros y que Omar fuera la voz principal, pero trabaja a sueldo de una orquesta en Navarra y no puede venir, así que tengo que cantar yo. Mis carencias están claras porque, insisto, no soy músico, pero soy melómano y adicto a la música, y puedo decir que los intérpretes cubanos del disco han aprendido algunas cosas acerca de su música gracias a mí.

– ¿Les preocupa que alguien les reproche estar acercándose a unos ritmos que no son suyos? ¿Qué les han dicho sus músicos cubanos?

– M.M. Para que este tipo de canciones suenen lo más auténticas posible conviene haber nacido cubano o latino, pero ellos alucinan con las ganas que le pongo, con la manera en que imito su acento… Alguna vez me han llegado a preguntar de qué parte de Cuba soy. (Risas) Digamos que cojo el micro y ejerzo de ‘entertainer’. No toco el bajo porque es difícil seguir el pulso y lo hace mejor Jon Homes, que tiene la experiencia de tocar con los cubanos de La Jodedera. Eso del pulso es un poco como el flow del hip hop: puedes rapear bien pero no tener flow.

– J.B. Bueno, yo desde los 90 he metido más horas en la música latina que en cualquier otra, y he compartido escenario con gente muy experimentada. Ha habido una transmisión mediante la que he aprendido qué detalles hacen que el estilo se vuelva creíble. El otro día, tras la actuación del Be Club, el trompetista cubano me decía: «¡Ese piano suena sabroso! ¿Cómo sabes tocar eso?» Llevo muchos kilómetros ‘tumbando’… Ahora se habla mucho de apropiación cultural, algo que me deja perplejo. La música es universal… ¡Si hasta los japoneses hacen flamenco! Porque si nos ponemos puntillosos, el propio son cubano es una apropiación cultural. ¿Por qué usan contrabajo en la música cubana si era propio de la música clásica europea? Todo es mestizaje, las músicas de todo el mundo se han nutrido de otras músicas, también el rock and roll… En realidad, es una bendición porque, entre otras cosas, sin apropiación cultural no existiría el jazz. En el conservatorio de Holanda había asignaturas sobre aculturación, un concepto que igual no tiene ese sentido peyorativo, pero en el fondo es parecido. No veo ningún problema en abordar una música que no es la tuya desde el respeto y, si puede ser, con calidad. El problema es que en estos tiempos todo el mundo se enfada con todo el mundo por lo que sea, pero no se debería limitar la capacidad de expresión de los músicos.

– El disco mezcla jazz y sones cubanos (‘Descarga libre’, ‘Tinta negra’) con algo de funk (‘Ganga’), hip hop (‘Irratian’) y hasta ritmos urbanos (‘Baches y deseos’)…

– M.M. El reggaetón, el trap y esos estilos no dejan de ser evoluciones del hip hop. Igual mi hija de 15 años está más puesta que yo pero a mí me gustan y hago mis investigaciones para sumar esos ritmos a mi paleta de colores. Este disco no iba a sonar sólo a latin jazz y gracias a mi contacto en Londres, dimos con Fedzilla, una chilena que vive allí y canta ‘Baches y deseos’, un tema suyo. Como DJ, me muevo mucho por el extranjero y fliparías con cómo están pegando esos ritmos en Londres y otras grandes ciudades del mundo que miran más a lo latino, a lo africano y a lo brasileño que a lo anglosajón: funciona mejor que aquí, que llega todo diez años tarde.

– Al final del disco hay dos instrumentales muy peculiares: ‘Ancestros’, que parece la banda sonora de un ritual santero, y ‘Leku Ona’, que quizá sea un homenaje al compositor cubano Ernesto Lecuona…

– J.B. ‘Ancestros’ es obra del percusionista Denis Barzaga, a quien hemos dado todo el protagonismo, incluso el vocal. Es una pieza más ritual y habría sido muy extraño que nosotros nos pusiéramos a invocar a divinidades como Changó o Yemayá cuyas connotaciones desconocemos: ahí sí que se habría encendido alguna luz roja. Y ‘Leku ona’, sí, es un homenaje a un autor muy presente en mi vida e incluye citas muy concretas de su ‘Danza de los ñáñigos’. Al reparar en su apellido, Lecuona, te percatas de cómo parece haberse perdido la conexión entre Euskadi y Cuba, que tal vez fue más intensa en el pasado. Si analizas bien la música vasca, empiezas a ver que igual tiene más similitudes con la de allí que con la anglosajona y la celta. Por eso cabe preguntarse si nos estamos apropiando de una música o, en realidad, ésta es también parte de nuestra cultura. Yo creo que quizá teníamos más cosas en común de las que ahora parece y que todo es un viaje de ida y vuelta.

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