200 de Wagner y Verdi

Escrito por José L. PéREZ DE ARTEAGA | ElCultural.es

Dos genios patrióticos: de la exaltación del mito a la apasionada humanidad

Su música no conoció fronteras pero ellos jamás llegaron a encontrarse. Se supieron rivales y se respetaron. Wagner aspiró al arte total y construyó en Bayreuth un santuario donde cada verano se venera su música. Verdi se propuso conquistar el corazón de los hombres con sus óperas, algunas de las cuales sirvieron de himno a las aspiraciones de independencia de la Italia de la época. Aunque su arte y su genio no se prestan a comparaciones, el crítico José Luis Pérez de Arteaga extrae un diálogo de dos vidas que transcurrieron en paralelo. Con motivo del bicentenario de sus nacimientos este año, El Cultural ha pedido al director Daniel Barenboim, defensor de la música de Wagner en Israel, y a Leo Nucci, barítono verdiano por excelencia en el umbral ya de las 500 interpretaciones de Rigoletto, que nos escriban sobre estos dos monumentos de la historia de la música. Además de una agenda con los principales montajes de sus óperas en 2013, Arturo Reverter hace un repaso de las mejores versiones discográficas.

Verdi & Wagner
Verdi & Wagner

Le Roncole y Leipzig. Es difícil imaginar dos lugares de nacencia más disímiles. La pobreza del campesinado de la Italia profunda y el epicentro de la cultura germana en lo que, ya a comienzos del siglo XIX, era una gran ciudad. Le Roncole es una aldea cerca de Busseto, en la provincia de Parma, incluida, todavía en aquel tiempo, entre las posesiones napoleónicas. Allí nació Giuseppe Verdi, el 10 de octubre de 1813. Enseguida, la familia se trasladó a Busseto: un pueblo bonito, centrado en sus dos iglesias y el ayuntamiento, el viejo palacio Rocca Pallavicino, casas blancas, dos grandes calles y campiña frondosa en derredor. Una sencilla biblioteca pública y un fracasado intento de balneario completan la apacible villa.
Leipzig, de grandes avenidas y plúrimas bibliotecas, está dominado por dos edificios, la Thomaskirche, la Iglesia de Santo Tomás, donde Bach fuera Kantor durante 25 años, y la Gewandhaus, la sala de conciertos que da nombre a la orquesta, un conjunto ya legendario y vetusto en esos años. Allí nació Richard Wagner el 22 de mayo de 1813. Al año, la familia se trasladó a la capital de Sajonia, Dresde, de avenidas aún más magnificentes diseñadas en los tiempos de Augusto el Fuerte, con sus plazas y riberas del Elba inmortalizadas por Canaletto, y con la más antigua orquesta de Europa, la Staatskapelle.

Los “años de aprendizaje” no fueron fáciles para ninguno de los dos. Sin ser un niño prodigio, Verdi mostró predisposición para la música desde la infancia y su formación fue tan rápida como sólida, y en gran medida autodidacta. Wagner, fascinado de niño por el teatro y la literatura, sólo mostró interés por la música en la adolescencia, y su formación fue lenta, trabajosa y finalmente autodidacta, pero la tardía vocación se impuso con fuerza creciente hasta obtener un bagaje técnico no menos sólido que el de su colega.

Se casaron en el mismo año, 1836, Wagner con la actriz Christa Wilhemine (‘Minna’) Plannerl y Verdi con su novia desde la mocedad, Margherita Barezzi. El italiano se volcó en la vida musical de su municipio. La ópera le atraía y viajó a Milán para entregar personalmente el manuscrito de su primera ópera Oberto, Conte di San Bonifacio. Tras duras negociaciones, ayudado por su profesor Lavigna y gracias a la inesperada recomendación de la cantante Giuseppina Strepponi, La Scala presentó con éxito, en el otoño de l839, la primera de sus óperas. No era poco para un debutante.

Reveses y reversos

A Wagner, en cambio, no le sonreía la fortuna. En Würzburg no consiguió estrenar Las hadas, su primera composición escénica: ni allí ni en parte alguna, porque sólo se daría a conocer en Múnich un año después de su muerte. En Magdeburg, en 1836, logró estrenar La prohibición de amar, que se retiró de cartel tras la primera representación: Wagner quedó en bancarrota, y cuando Verdi triunfaba en Milán con Oberto, el germano malvivía en París, pasando hambre de lobo, tras transitar por Riga y Londres.

Un año después, Verdi conoció su primer fracaso, el de la ópera cómica Un giorno di regno, en circunstancias personales terribles: murieron sus hijos Virgina y Romano y durante la composición falleció también su esposa. Pidió ser relevado del compromiso adquirido con La Scala, pero el intendente Merelli se negó. A los 27 años se encontraría sumido en una profunda depresión. Las atenciones del director del teatro consiguieron revivir su interés con el libreto de Nabucco. El nuevo Verdi, el que renacería junto a Giuseppina Strepponi, con la que contraería matrimonio en 1859, iba a estar volcado en un trabajo intenso, casi siempre signado por el triunfo y el reconocimiento. Con Nabucco llegaría la consagración, con 67 representaciones en La Scala en el año del estreno (1842); el coro de los esclavos, Va, pensiero, se convirtió en el segundo himno nacional, representación de las aspiraciones de independencia.

En ese mismo 42, Wagner, en la penuria más irredenta, consiguió abandonar París y volver a Dresde. “Cuando vi el Rhin, con lágrimas en los ojos, yo, pobre artista, juré fidelidad a mi patria alemana”, escribió por entonces. El éxito llegaría, por fin, con Rienzi, en octubre de ese 1842. Tras muchas obras juveniles de todos los géneros, desde la atalaya de Dresde llegaron las primeras óperas representativas -y representables en el Bayreuth posterior-: El holandés errante (1840), Tannhäuser (1845), y Lohengrin (1848). Así obtuvo el puesto de director musical de la corte de Dresde y su vida pareció estabilizarse con nuevas amistades, como la del arquitecto Gottfried Semper y el anarquista ruso Mijail Bakunin. Pero en 1848 Wagner tiró todo por la borda: la revuelta del 48, en la que participa de fusil armado, y la huida de Alemania cambiaron su vida e ideales. En 1850, en el exilio suizo, con la Muerte de Sigfrido -luego El ocaso de los dioses– comenzó literaria y musicalmente la aventura de El anillo del nibelungo. El artista (ideólogo, literato, compositor) se volcó en el titánico proceso creador, sin destino, sin teatro y sin intérpretes. La esposa, Minna Planerl, y los amigos de Weimar (Franz Liszt) y los posteriores de Zúrich (el adinerado comerciante Otto Wesendonck y su esposa Mathilde), acompañaron/apoyaron/trajinaron a un Wagner del que, paulatinamente, se fue apoderando el cansancio. El 28 de junio de 1857 Wagner abandonó al Joven Sigfrido (primer título de Siegfried), tercera ópera de la Tetralogía, al pie de un tilo, Acto II, tras el combate con Fafner, el gigante-dragón, y la decapitación de Mime, el nibelungo. Retomó entonces Tristán e Isolda, esbozado en 1854, y completó el poema-libreto en el verano. Trataba de escribir una obra sencilla -“la más sencilla de las concepciones musicales”-, representable sin grandes problemas, con pocos personajes, que le produjera ingresos inmediatos.

Verdi se aventuró en la política, lo mismo en la vida real que en los escenarios. Durante el levantamiento de 1848-49 regresó a Italia por dos veces, desde París y Londres, para estar cerca de los acontecimientos. Cuando Roma fue liberada, y constituida Italia temporalmente en república, fue utilizada su música de La Battaglia di Legnano (un drama sobre la caída de Federico Barbarroja a manos de la Liga Lombarda en el siglo XII) como símbolo de la nueva situación. Posteriormente el nombre de Verdi (Evviva Verdi!) se convertiría en acróstico de una de las máximas de los italianos (Vittorio Emanuele Re d’Italia). En 1860 Italia alcanzó la independencia nacional liberándose de casi todos sus opresores extranjeros. Admirando profundamente a Cavour, el principal artífice de este logro, Verdi accedió a formar parte del nuevo Parlamento. En 1874 sería elegido miembro del Senado.

Inspiración geográfica

El joven Wagner miró a Italia en busca de inspiración: La prohibición de amar transcurre en Palermo, Rienzi en Roma; el no-éxito casi convirtió el prefigurado ideal en desprecio… pero no dejemos en la cuneta ese “casi”. El de la primera madurez vuelve la vista -ya no dejará de hacerlo- al norte y a la propia Alemania: El holandés errante discurre por los mares escandinavos, Tannhäuser acaece en Turingia, en Eisenach -donde la leyenda ubica el Venusberg o Hörselberg- y el Wartburg, y Lohengrin nos lleva a la desembocadura del Escalda, en Bélgica. Con El anillo del nibelungo la mirada revierte directa al norte, aunque el argumento siga el curso del Rhin. Pero la interrupción de la Tetralogía, Tristán e Isolda, nos devuelve, de manera singular, a un septentrión más cercano.

Vida en venecia

La partitura se completó en Venecia, entre septiembre de 1858 y julio de 1859. No hay que recurrir a especulación alguna, es el propio Wagner quien lo escribe, o mejor, se lo escribe a Mathilde Wesendonck a principios de ese septiembre del 1858: “El 29 de agosto por la tarde llegué a Venecia. En la travesía a lo largo del Gran Canal hasta la Piazzetta hallé una expresión melancólica y un ambiente severo: grandiosidad, belleza y decadencia estrechamente unidas, (…) un mundo absolutamente lejano, extinguido, que concuerda con mi deseo de soledad. (…) Aquí terminaré el Tristán, a pesar de todas las iras del mundo, ¡y con él me veré autorizado a regresar junto a ti, para verte, consolarte y hacerte feliz! ¡Adelante pues! ¡Héroe Tristán, heroína Isolda, ayudadme, ayudad a mi ángel! Aquí es donde debéis desangraros, aquí es donde deben sanar y cerrarse las heridas”.

En las semanas siguientes, Wagner describió, con precisión y hasta minuciosidad, la honda impresión que le causara escuchar, de madrugada, insomne, el viejo, arcano canto de los gondoleros, que se entrecruzaban en la noche veneciana. A otra misiva confió el estremecimiento que le produjo, viajando en góndola, la aparición de la luna entre los canales. El artista fue claro: el Acto II, íntegro, ha surgido en y de Venecia, y la “doliente melodía” del corno inglés al inicio del Acto III ha sido esbozada en la ciudad del Adriático.

En la década de los cincuenta del XIX, Verdi alcanzó la cumbre de su creación con Rigoletto, La traviata e Il trovatore. La segunda sería la ópera más popular, la más conocida de todo el teatro lírico italiano. Tanto el canto, la orquestación o la línea melódica acusan un clima de intimidad novísimo y sorprendente, junto a una descripción perfecta de los diferentes grados y matices del amor, desde el puramente frívolo al más profundo y apasionado. Pero Verdi vivió también una época de opresión y censura muy estricta, sobre todo lo que podía resultar “políticamente incorrecto”. Cuando se representó Rigoletto en Venecia tuvo que poner a un duque anónimo como personaje principal, y no (como en el original de Victor Hugo) al rey de Francia; en Roma, las brujas de Macbeth mutaron en gitanas; en Un ballo in maschera se producía el asesinato del rey Gustavo de Suecia, pero el lugar de la acción hubo de trasladarse a Boston, quedando el monarca convertido en un gobernador colonial.

Aida: un canal de comunicación

Desde 1860, aproximadamente, Verdi se consideró retirado de la composición. Cada una de sus óperas posteriores a esta fecha no fueron obras de encargo, sino producto de su libre decisión. Un reto particularmente apasionante fue el que le ofreció Don Carlo, sobre una adaptación de la obra teatral homónima de Schiller. Pero Verdi no quedó tan satisfecho con la obra como en otras ocasiones. Resultó demasiado larga, y tuvo que suprimir varias secciones antes de su presentación en 1867. Revisada de nuevo, fue acortada aún más, para una producción de La Scala en 1884.

Por este empeño en revisar obras que a su parecer necesitaban reformas, también Macbeth, Simon Boccanegra y La forza del destino sufrieron cambios parciales. Mientras tanto escribía también obras nuevas, entre ellas Aida. Compuesta para la inauguración del Canal de Suez, en 1870, su estreno tuvo que ser pospuesto hasta el año siguiente, por no haber llegado de París los vestuarios y el decorado a causa del bloqueo alemán. Verdi se quedó lívido cuando buena parte de la crítica de la época coincidió en que Aida contenía influencias wagnerianas.

La vida y la suerte de Wagner volvieron a cambiar cuando el joven Luis II accedió al trono de Baviera. El rey llamó a Múnich al compositor y en los años siguientes patrocinó los estrenos de Tristán, Los maestros cantores y La Walkiria. Se acusó a Wagner de malversar las arcas regias, pero mucho más tuvieron que ver en ello los -fascinantes- caprichos arquitectónicos del soberano. Wagner, su todavía amante Cósima Liszt (finalmente esposa en 1870) y los hijos ya habidos de la relación tuvieron que abandonar Múnich, pero el músico jamás perdió la protección de Luis II, que colaboró decisivamente en la construcción del teatro diseñado por el compositor en Bayreuth, iniciada en 1871 y culminada en 1876 con la primera representación completa de El anillo del nibelungo, y el posterior estreno de Parsifal en 1882. Wagner falleció de un ataque cardíaco en Venecia, en el Palazzo Vendramin, el 13 de febrero de 1883.

Jamás se encontraron. Se sabían rivales, y se respetaban. Más Verdi a Wagner, que despreciaba en bloque la ópera italiana: “Donizetti y esa gente…”, solía decir. Sin embargo, admiraba a Bellini y Norma le impresionaba. Pero no hay una sola referencia a Verdi en sus escritos, y en alguna ocasión, ante terceros, vertió comentarios vitriólicos sobre el de Busetto. Verdi le sobrevivió 18 años, en los que estrenó Otello y Falstaff. A la muerte de Wagner, fue diáfano en su juicio: “Era grande, pero dejó mucha maldad en vida”. Aunque consideraba Tristán “una de las más grandes creaciones del espíritu humano”. Verdi quería que el arte confortara a los hombres; Wagner, que los transformara. Los dos alcanzaron su objetivo.

Patricia Aloy
Patricia Aloyhttp://www.facebook.com/aloypatricia
Directora del Noticiero Digital Venezuela Sinfónica @vzlasinfonica www.venezuelasinfonica.com Los invito a leerlo! Caracas, Venezuela

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