La música clásica en el siglo XXI y sus desafíos en el mundo digital

Seis destacados directores chilenos evalúan el estado actual de la música de conciertos.

Vía: www.economiaynegocios.cl |Maureen Lennon Zaninovic

¿Hay renovación de las audiencias? ¿La industria discográfica sigue a la baja tras la irrupción de lo digital? ¿Qué pasa con las salas especializadas en nuestro país y en el mundo? ¿Hay incentivos a la programación de músicos locales? Estas son algunas de las inquietudes que intentan responder.

La Philharmonie de París, que es un milagro absoluto para los músicos. El Disney Hall de Los Angeles, las nuevas salas de Florida y Katowice. En todo tipo de lugares se han levantado salas de conciertos con una maravillosa acústica, en las que uno puede escuchar la música simplemente como es. Y a veces se convierten en íconos para la comunidad”, señaló en una entrevista reciente el célebre director británico Simon Rattle, cabeza musical de la London Symphony.

En la última década, las grandes capitales han invertido en el levantamiento de escenarios especializados para la difusión de sus orquestas. En Buenos Aires (Argentina), sin ir más lejos, se inauguró en 2015 La Ballena Azul: una impresionante sala sinfónica con capacidad para 1.950 espectadores. Juan Pablo Izquierdo, recientemente designado director emérito de la Orquesta Filarmónica de Santiago, celebra este tipo de construcciones y que Rattle apoye la concreción de una nueva sala para la London Symphony. “Sin duda que será un escenario estupendo y que también podrá acoger a otras agrupaciones europeas de gran prestigio”, explica.

Al referirse a la realidad local endurece el tono. Al premio nacional de Música 2012 le duele la ausencia de salas de conciertos especializadas en nuestro país. “Es ignorancia de los gestores y punto”, señala, y agrega que en su momento intentó influir en el destino de la próxima gran sala del Centro Gabriela Mistral (GAM) y no fue escuchado. “Originalmente iba a ser la casa principal de la Sinfónica Nacional de Chile, pero se descartó esa opción. La respuesta que me dieron es que tenían que crear un gran teatro con acústica artificial, porque debía ser multiuso, debía servir tanto para la música como para el teatro, lo que no me parece. Si quieres ver una obra de teatro en una sala de 1.800 butacas tendrías que usar binoculares. Las salas de teatro son más pequeñas, porque buscan el contacto directo con el espectador”. El director chileno remata: “Me temo que esa sala se va a convertir en un segundo Municipal de Las Condes, con una acústica muy poco apropiada para la música sinfónica”.

Maximiano Valdés, director titular de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico y del Festival Casals, advierte que si bien el caso de San Juan, desde el punto de vista del número de habitantes, no es en absoluto comparable con una ciudad como Santiago, “aún así, en la isla tenemos tres salas de conciertos relativamente nuevas. La última, donde yo trabajo, se terminó hace cinco años. Es una sala para 1.200 espectadores, construida para nuestra orquesta y con los mejores recursos tecnológicos. De modo que cuando los países quieren y los gobiernos toman conciencia, los teatros se construyen, y eso ayuda a que la gente escuche música en las mejores condiciones posibles y a sumar nuevas audiencias”, dice Valdés.

El músico chileno añade a Artes y Letras que le tocó presenciar la expansión de los auditorios de concierto en España, fenómeno que coincidió con un período de descentralización administrativa y política de ese país.

“Las comunidades autónomas se independizaron muchísimo respecto de la capital y cada alcalde se tomó como un reto personal construir una sala de conciertos. El auge de la música clásica en España se debió fundamentalmente a eso, a que una nueva sala generó un entusiasmo y una curiosidad en la ciudad. Para los intérpretes, además, fue fundamental contar con una acústica especializada y que impulsara el sonido de cada una de estas agrupaciones. En Chile eso no ha sido posible, empezando por la Sinfónica, que toca en una sala negativa para su trabajo: un cine reconvertido en sala de conciertos, y el Municipal, que es conocido como un teatro de ópera. Hoy no contamos con un espacio que pueda ayudar a que una orquesta sinfónica eleve su nivel artístico y se transforme en un emblema, como lo son las agrupaciones de Berlín o de Londres”.

Rodolfo Fischer, director chileno radicado en Suiza y quien desde hace siete años enseña dirección en la Musikakademie de Basilea, comparte este análisis. A su juicio, si las autoridades políticas han determinado que la construcción de una sala no puede ser para uso exclusivo sinfónico, “es una manera de pensar lineal, en que lo importante es inaugurar un edificio abierto a la mayor cantidad de público posible. Estamos ante el famoso multiuso, que termina por destruir cualquier perfil interesante”. Fischer agrega que una verdadera sala de conciertos genera beneficios tangenciales, “transformándose en un ícono arquitectónico de dicha ciudad. Es un polo que atrae a las personas a sentir esa acústica tan especial y a vivir una experiencia sensorial única. Es cosa de ver a las grandes urbes, como París, Hamburgo, Los Angeles, y tantos otros ejemplos de extraordinarios escenarios construidos recientemente a nivel mundial”.

Lejos de Venezuela

Nicolas Rauss, director titular de la Orquesta Clásica de la Universidad de Santiago, sentencia que “no puede ser posible que una persona, para escuchar con un muy buen sonido a una agrupación sinfónica en Chile, tenga que viajar hasta el Teatro del Lago de Frutillar.

¿Chile está generando músicos internacionales como los que produce Venezuela? No. Es una realidad que en las grandes orquestas del mundo abundan músicos venezolanos”.

Nosotros tenemos la suerte de contar, según los expertos, con una de las mejores acústicas de Santiago, pero muchas veces el público -por lejanía- no llega hasta nuestra aula magna. Por eso estamos trabajando en cautivar a los vecinos del sector poniente, que son muy entusiastas”.

Paolo Bortolameolli, director asistente de la Filarmónica de Los Angeles (agrupación cuya batuta titular es Gustavo Dudamel), no cree que el problema de fondo sea la carencia de salas. “Hablar de impulso de la música clásica supone un tema más bien cultural: cambiar la forma en que vemos el arte”, dice y enumera otras razones: “Dejar de considerarlo un complemento en el área de recreación y esparcimiento, y acogerlo definitivamente como columna vertebral del desarrollo de una sociedad. De ver en las mallas curriculares de los colegios al arte no solo como esas horas de ramos para subir el promedio o ‘sacar la vuelta’. Llegar a ese grado de conciencia de que cuando alguien lee estas líneas el primer pensamiento no es ‘qué utópico, qué romántico. Sino, claro que sí'”. Bortolameolli sentencia: “Años se ha dedicado la neurociencia a investigar los efectos de la música en el desarrollo del cerebro humano. Lo digo a modo de ejemplo, para los escépticos que necesitan argumentos más duros”.

Maximiano Valdés complementa que hay que mirar el fenómeno desde el punto de vista de quién está estudiando música en Chile. “Hay que ver el nivel de los conservatorios, quién está saliendo de ellos. Yo me pregunto si hoy contamos con un nivel de pianistas jóvenes que estén triunfando en el exterior, como lo fue Alfredo Perl. ¿Chile está generando músicos internacionales como los que produce Venezuela? No. Es una realidad que en las grandes orquestas del mundo abundan músicos venezolanos”. Valdés agrega que una sociedad como la venezolana no tiene problemas de público. “Las salas de conciertos están llenas y uno se pregunta por qué, pues porque hay un movimiento de base musical. La música sinfónica en Chile está en crisis, porque no hay una cultura musical de base”.

Rauss comparte este diagnóstico y añade que parte del problema es que la música en nuestro país “ha dejado de ser parte de las familias. No se escucha música clásica al interior de ellas. No es una vivencia doméstica. En el campo de la educación hay mucho que hacer. Cuando dirigía en Santa Fe (Argentina) y también ahora en la Universidad de Santiago, propuse que en los momentos de ocio de los estudiantes, estos escuchen -antes de comenzar una clase- un minuto de música clásica. Si eso también se pudiera implementar en los colegios, ya sería un avance”.

Pocos compositores locales

Simon Rattle, en la entrevista concedida al Times de Londres, señaló que una de sus decisiones fue incluir en los conciertos una nueva obra de una joven compositora británica Helen Grime. “Gran Bretaña tiene, probablemente, el conjunto de compositores más talentosos menores de 60 años que se encuentra en cualquier parte del mundo, y será entretenido para mí explorar este tesoro oculto, más de lo que lo pude hacer en Berlín”, sentenció.

Valdés considera que, sin duda, en nuestro país, salvo excepciones, estamos al debe en esa materia: “En España, donde me tocó dirigir por muchos años, mi primera preocupación fue comprobar la relación entre la orquesta y el país. La orquesta tiene que ser la institución que represente la música local”. El titular de la Sinfónica de Puerto Rico manifiesta que “hay que tener un equilibrio en las programaciones, de manera de dar las obras que todos queremos escuchar, pero al mismo tiempo, ser capaces de guiar al público en la comprensión de nuevos repertorios”.

Bortolameolli dice que “un teatro no es un museo. Insisto en esto. Proteger y dar cabida a los artistas locales es parte de una sana y correcta filosofía cultural. Tanto para intérpretes como para creadores, la colaboración permanente con sus escenarios es indispensable para entender la trascendencia e impacto que debe tener un teatro. Encargar obras a compositores, pero además, fomentar su audición con entusiastas charlas o ensayos abiertos, tener concursos para solistas jóvenes, crear un vínculo directo entre el mundo de las orquestas juveniles y su paso a la vida profesional, fomentar la presencia de intérpretes locales, crear programas de residencia para grupos de cámara, etc., son algunas formas, entre muchas otras, de encarar los desafíos que representa el cómo relacionarnos desde el arte con el siglo XXI”.

El director titular de la Orquesta Clásica de la Universidad de Santiago comenta a Artes y Letras que es cierto que “algunas veces en nuestro país, a diferencia de otras ciudades extranjeras, cuesta llenar las salas de conciertos. Pero para mí, no es una alarma. En las democracias, muchas veces el número de votos es más relevante que la calidad. Hay piezas que yo he programado y que sé que no son de gusto masivo. En mis programas no hay obras de Tchaikovsky o de Verdi, no porque no me gusten, sino porque quiero una diversidad. Por eso escojo piezas de compositores chilenos y otras más desconocidas de músicos universales. A veces tengo menos de la mitad de la sala llena, pero para mí es reconfortante saber que la gente que llegó es tremendamente valiosa, que no sigue a un artista como Plácido Domingo solo por su nombre, que fue famoso, pero ya no tiene la calidad de antaño”.

“Un teatro no es un museo. Insisto en esto. Proteger y dar cabida a los artistas locales es parte de una sana y correcta filosofía cultural”.

Valdés añade que el márketing y el desconocimiento de algunos melómanos sigue jugando en contra, a la hora de programar. “Pasa en Puerto Rico y en las grandes capitales europeas también. Cuesta introducir figuras nuevas. En el Festival Casals he traído a músicos importantes que quizás no son tan conocidos por los portorriqueños y ha habido público que me reclama que cómo es posible que acá no venga tal músico. ¡Pero si prácticamente ya no está en carrera!”.

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