Julio Bocca: “El Estado tiene que aprender a decidir rápido”

Y un día deja de ser el capitán del barco. El exbailarín argentino que reflotó el ballet estatal, y que en siete años triplicó la cantidad de funciones de la compañía, timoneará la nave hasta el primero de enero.

Vía: www.elpais.com.uy | Por TOMER URWICZ

A todo le llega su hora. Al hombre que trabajó toda su vida en base a los tiempos, calculando la entrada de un salto o de un giro, también le toca el momento de dar otro paso; esta vez al costado. Julio Bocca ha tomado la decisión de dejar la dirección del Ballet Nacional del Sodre, en parte, porque los tiempos del Estado no son los de un artista obsesionado con la perfección. Y aunque parezca un contrasentido, no sabe si este es el momento justo de decir adiós a su cargo actual.

Lleva 2.714 días al frente del ballet estatal; ni uno más ni uno menos. Y ha hecho de la puntualidad el método de dirigir la compañía. Todo está medido: sabe que su peso ideal son 68 kilos, pero que a esta altura de la vida oscila entre los 72 y los 75. Como una obviedad surgida de ese carácter, Bocca colecciona relojes y por más que tiene uno negro de última generación en su puño izquierdo, al momento de empezar esta entrevista se lo recuerda su asistente de prensa, suiza como los relojes.

Julio Bocca ha tomado la decisión de dejar la dirección del Ballet Nacional del Sodre, en parte, porque los tiempos del Estado no son los de un artista obsesionado con la perfección.

—¿Por qué la renuncia a la dirección llega ahora?

—Quería un cambio. Venía siempre a la oficina, anulado de pelear por las mismas cosas. El año que viene tengo bastantes viajes y ahora me voy a Hong Kong por la venta de los telones que hicimos de El Corsario. De a poco voy entrando al rubro del montaje de obras. El año que viene lo haré en el Colón de Argentina, por ejemplo.

—Cuando dice “pelear por las mismas cosas”, ¿se refiere al tema de fideicomiso versus el viejo Estado presupuestado?

—Es imposible seguir como se está trabajando ahora, conviviendo los dos modelos. Un ejemplo: para entrar (al Auditorio) hay dos marcadores de huellas digitales (que ahora están rotos), uno para presupuestados y otro para fideicomiso. Ni siquiera eso está unido, te marcan la diferencia de entrada. Que hagan todo para un lado o para el otro, pero que definan. Lo siguiente es que haya una programación con dos años de anticipación para generar el movimiento y obtener el dinero de antemano.

—¿Sigue pensando que el ideal son 150 funciones al año?

—El año pasado anduvimos en 80 y pico. Este año llegaremos a 106, el pico máximo. Está bastante bien para una compañía que está lejos del mundo y que vende para Montevideo, donde el mercado es chico. Y aun así seguimos agotando (en sus siete años como director, la compañía se exhibió ante 874.842 espectadores). Seguimos siendo una isla en esta institución, pero lo bueno no es ser una isla. Ayer me mandaron un link para ver Muerte en Venecia. En la obra están juntos la ópera y el ballet de Stuttgart. Son impresionantes, se mueven, hay una unión.

—¿El problema es la (in)disponibilidad de la orquesta para la temporada del ballet?

—Cada vez que se arma una programación hay que ver qué músico está libre porque tienen que encajar con la Filarmónica (donde están empleados seis de cada diez músicos del Sodre). Siempre la Filarmónica está por delante, y eso que la programación del Auditorio está armada de antemano. Es muy difícil y no es cuestión de que tiene que haber una orquesta para el ballet. Lo que tiene que haber es una orquesta acá, para este teatro.

—¿Por qué no poner play a una pista grabada?

—Tiene otro sabor para el bailarín y el público: eso es básico. Muchas veces sí es más fácil poner play que pensar cómo hacer malabares para que todo encaje. Pero hay obras que ni siquiera pueden hacerse con grabación.

—¿Las autoridades son de pedir que “se ate con alambre”?

—Ahora volvió a salir este tema por las múltiples renuncias (14 en 14 meses, como había informado Búsqueda). Pero es algo que se arrastra desde hace décadas. Es muy difícil trabajar así. Esta institución no tiene coherencia desde el momento en que se trabaja en horario de oficina.

—¿Es un tema de dinero?

—No. Uno ya sabe el presupuesto que hay y hay que dar lo máximo con eso. Lo que influye en todo caso es que gana más el que trabaja menos y gana menos el que trabaja más. El tema de fondo es una cuestión de actitud política. Hay que ir hacia un cambio, pero no para dentro de 15 años. Sino algo ágil, que lleve tres o seis meses. Con el ballet ya se fue haciendo: ¿por qué no se puede hacer con el coro, con la orquesta, con los técnicos? ¿Có-mo se maneja un teatro si no hay horarios flexibles? ¿Por qué tener un horario de oficinista si hay veces que en la tarde no hay lo que hacer pero sí en la noche? Lo nuestro no es ser oficinista, somos artistas y técnicos.

—¿Es un problema endémico de la región?

—No hay que encerrarse en lo que pasa en la región. Esta es una posibilidad de cambiar y parecerse más al Ballet Municipal de Chile. Allí indemnizaron a todos y son todos contratados. Punto. Viene funcionando de maravillas.

—¿Esta modalidad de contrato a término le asegura al bailarín una proyección?

—Jubilación vas a tener como cualquier trabajador, a los 60 años. Un músico puede trabajar hasta esa edad, un cantante también. Un bailarín no, pero sí se puede armar algo extra: queremos una transición para que pueda seguir en otra cosa. Puede que algunos sean docentes, otros kinesiólogos, fotógrafos, coreógrafos o incluso algo que no tenga nada que ver con la danza. El bailarín trabaja hasta las 17 horas y después queda libre, puede ir a la universidad.

—¿Lo que ocurre en el Sodre es culpa del Consejo Directivo actual y de la ministra de Cultura, María Julia Muñoz?

—No creo, a ellos les tocó jugar en este momento. Viendo la parte positiva sigue habiendo buenos espectáculos, con mucho público, pero no hay que quedarse. Hay que ir a más. Yo no me comparo con la región. Yo quiero ver cómo está el Ópera de París y ver cómo estamos.

—¿Cómo estamos?

—Muy lejos. Muy. Pero es viable llegar si uno piensa lo que se hizo en siete años.

—Hoy “el ballet es una isla”. ¿Es una isla Bocca dependiente?

—No, es el trabajo ya aceitado de la compañía. Para las audiciones está viniendo muchísima gente del exterior y eso no es por mí, es porque la compañía se ha dado a conocer.

—¿Tiene sentido la existencia de un ballet estatal?

—El Estado tiene que dar educación y cultura a la gente. A lo mejor en algún momento se llama a que la gente decida dónde quiere mandar sus impuestos y los artistas tendremos que sobrevivir a pulmón solo de aportes privados. Como país, creo, en la base está aportar a la educación y a la cultura. Tiene más sentido aportar más a escuelas y a espectáculos que a cárceles, ¿no? La idea es que cada vez haya menos cárceles y no más.

—A nivel cultural, ¿en Uruguay uno recibe lo que está pagando?

—Hay una cultura muy fuerte, pero como artista siempre quiero más. ¿Por qué en Inglaterra las escuelas tienen comedia musical, canto, danza y permite sacar los actores multifacéticos que uno ve? Eso sería maravilloso. Eso es parte del crecimiento de un país.

—¿Qué tiene que aprender el Estado de todo esto?

—Por como soy, el Estado tiene que aprender a decidir rápido. Ir a la gente que sabe. Para mí tendrían que traer alguien como Michael Kaiser (un gestor cultural estadounidense, de los más afamados en el mundo por su capacidad de recaudar fondos de privados) y tenerlo dos meses acá para que observe y diga por dónde ir. Priorizar lo bueno, cambiar lo malo. Hay que hacer cambios: estamos en el 2017.

El aval de Mujica y su complicidad con Grieco.

El escritorio de Julio Bocca es como una agenda, está repleto de pegotines con recordatorios. Y las paredes de su oficina son como un álbum, con fotos y reconocimientos. Allí está la imagen suya con José Mujica, el día en que el presidente lo oficializó como director del Ballet Nacional.

—¿Cómo fue ese comienzo?

—Llegué a Uruguay con la idea de estar tranquilo. Me tomé un año sabático y comencé a tomar clases con la compañía del Sodre, como para moverme. Fui a ver algunas funciones en la sala Nelly Goitiño (aún no se había estrenado el Auditorio Adela Reta) y ahí vi los problemas. Una vez venía manejando desde Punta Gorda (donde vivía entonces) hasta el Centro y me avisaron que la orquesta (del Sodre) estaba de paro porque usaban esmoquin de los muertos y estaban sucios. El ballet estaba arruinado y no se conocían estos problemas. Ahora se visualizan más. Con (Gerardo) Grieco, a quien ya conocía por el Teatro Solís, queríamos hacer una compañía del Solís, pero nos habían dicho que no querían competencia con el Sodre. Por el cambio de gobierno se atrasa la llegada al Sodre hasta que Fernando Butazzoni me hace la propuesta junto a Grieco y el ministro de Cultura Ricardo Ehrlich. Ese mismo día el ministro habló con (José) Mujica. Y al día siguiente me reúno con Mujica quien oficializó mi cargo. Me sorprendió y me pareció maravilloso porque en estos grandes teatros el ballet siempre es tirado para el costado. Se logró que el ballet sea respetado. Puse la condición de audiciones todos los años, calidad y programación.

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