Desnudando a Einstein

Vía: www.muyinteresante.es/

Una soleada mañana de viernes, el 14 de marzo de 1879, vio la luz un bebé de cabeza deforme y gordo. Tanto que su abuela se lamentó: “¡Demasiado gordo!”. Al día siguiente, su padre, un comerciante de colchones, acudía al registro. “N.º 224. Hoy, el comerciante Hermann Einstein, residente en Ulm, calle Bahnhofstrasse B n.º 135, de fe israelita, conocido personalmente, se presentó ante el funcionario del registro abajo firmante y declaró que de su esposaPauline Einstein, nacida Koch, de fe israelita, nació […] a las 11:30 de la mañana, un niño del sexo masculino que recibió el nombre de Albert.”

Poco vivió Einstein en Ulm. Al año siguiente su padre, aconsejado por su hermano Jakob, decidió mudarse a Múnich para emprender juntos un negocio de instalaciones de gas y agua. Pero ése no era el verdadero objetivo. Jakob, ingeniero de formación, quería formar parte del novedoso mundo de la electrotecnia (la primera calle iluminada con electricidad fue Main Street de la californiana Menlo Park en la nochevieja de 1879). Jakob había inventado una dinamo que quería comercializar. Einstein vivió parte de su niñez en una hermosa casa a las afueras de Múnich, donde nacería su hermana Marie -o Maja como la llamaría Einstein toda su vida-, a la que siempre estuvo muy unido.

Aunque el mismo Einstein dijo que empezó a hablar tarde, cuando tenía más de tres años, esto no es del todo cierto; su abuela recuerda en una carta “sus divertidas ideas” cuando tenía dos años. Otro de los mitos más extendidos del niño Albert es que no se le dio bien el colegio. Todo lo contrario, fue un alumno aplicado: “sigue siendo el primero de su clase y las notas son excelentes”, escribió su madre. El ambiente familiar propició que el joven Albert se acercara a la ciencia y las matemáticas: su padre tenía un talento natural para ellas que no pudo desarrollar, pues su familia no pudo permitírselo, y su tío era un apasionado de la ciencia y la técnica; él le enseñó el teorema de Pitágoras.

Cuando tenía cinco años, sus padres contrataron a una institutriz para que adquiriera cierta educación formal, pero terminó bruscamente cuando Albert le arrojó una silla a la cabeza. Su madre Pauline, una mujer de fuerte carácter -todo lo contrario que su marido, un hombre tranquilo y más bien pasivo-, era una pianista de talento y transmitió su pasión por la música a sus hijos: a Albertel violín y a Maja el piano.

El pequeño Albert tenía cierta inclinación a la soledad y le encantaban los juegos que exigían paciencia, como construir castillos de naipes de hasta 14 pisos. Resulta llamativo que ya de muy niño le horrorizaba lo militar hasta el punto de tener verdadero pavor a los desfiles. Esta aversión a la autoridad impuesta la padeció en el instituto, el Luitpold Gymnasium. Allí un profesor le dijo una vez que estaría mucho más contento de no tenerlo como alumno en su clase. “¡Pero si no he hecho nada malo!”, contestó Einstein. “Sí, es verdad -replicó el profesor-. Pero te sientas en la última fila y sonríes, y eso viola el sentimiento de respeto que un maestro necesita en su clase.” Ese muchacho que se sonreía en la escuela fue después el viejo que cuando le dijeron que el padre de la bomba atómica, Robert Oppenheimer, iba a ser acusado de espía soviético, se rió y dijo: “Lo que tiene que hacer es ir a Washington, decir a los funcionarios que están locos y volverse a casa”.

Los negocios no marcharon bien y en 1894 la familia Einstein se hizo cargo de una fábrica en Pavía, cerca de Milán, dejando a Einstein interno en el instituto. Desesperadamente solo y odiando profundamente la mentalidad germánica del militar “paso de la oca”, se marchó a Italia sin acabar el curso y con la decidida intención de renunciar a su nacionalidad alemana. En Italia pasó los momentos más felices de su vida, viviendo a su aire, viajando, escuchando música, leyendo… Pero los negocios volvieron a marchar mal y su padre le incitó para asegurarse un porvenir. Einstein decidió prepararse por libre al examen de ingreso del Politécnico de Zúrich. Suspendió.

El director del Politécnico le instó que se preparara en la Escuela Cantonal de Aargau, en la ciudad de Aarau. Acostumbrado a la férrea disciplina germánica, el espíritu de libertad que allí se respiraba sorprendió a Einstein. Y fue en Aarau, con 16 años, donde se planteó una insignificante pregunta que le obsesionó durante mucho tiempo: ¿Qué impresión produciría una onda luminosa a quien avanzara a su misma velocidad? Acababa de nacer la teoría especial de la relatividad.

Ya en el Politécnico conoció a quien sería su primera mujer, Mileva Maric, una serbia cuatro años mayor que él y coja desde su infancia. Su amor por ella le enfrentó con sus padres, especialmente con su controladora madre Pauline: “Echarás a perder tu futuro y cerrarás el camino a tu propia vida”. Después de una época de mera supervivencia, saltando de un trabajo temporal a otro -cuando lo tenía- con una familia empobrecida y un padre cada vez más enfermo, Einstein fue contratado en la Oficina de Patentes de Berna el 23 de junio de 1902. Cuatro meses más tarde moría su padre dando consentimiento a su boda con Mileva.

Y llegó el año milagroso de 1905. Einstein publicó en Anales de la Física cuatro artículos destinados a hacer historia. Su genio salió a la luz y le empezaron a ofrecer puestos académicos. Max Planck, el padre de la teoría cuántica, comparó a Einstein con Copérnico. Pero en 1919, al comprobarse su predicción de que la gravedad del Sol curvaba la trayectoria de los rayos de luz, se le canonizó. Se dio su nombre a niños y a puros y el London Palladium le pidió que se asomara al escenario durante tres semanas, fijándose él mismo el sueldo. Los medios de comunicación titulaban sus teorías como los logros más importantes del pensamiento humano y sus ecuaciones aparecían en la primera página de los periódicos.

A comienzos de los 30 las universidades de Oxford, Jerusalén, París, Madrid y Leyden le ofrecían todo tipo de prebendas con tal de que fuera profesor suyo. Pero quien se lo llevó fue el recién creado Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. El 17 de octubre de 1933 Einstein, en compañía de su segunda mujer, Elsa, su secretaria Helen Dukas y su ayudante Walther Mayer, llegó a Nueva York. Como dijo el físico Paul Langevin, “el Papa de la Física se ha mudado de casa y EE UU se ha convertido en el centro mundial de las ciencias naturales“. Allí, entre los árboles que llevaban a su casa en la calle Mercer, se forjó la leyenda.

Pero Einstein no fue sólo un físico. También estuvo comprometido con la humanidad. Su pacifismo a ultranza -a menudo prestaba su nombre a declaraciones por la paz- se vio truncado al apoyar firmemente la construcción de la bomba atómica. Incluso copió de nuevo de su puño y letra el artículo original sobre la relatividad que publicó en 1905 para recaudar fondos para la guerra -en un determinado momento, mientras dictaba a su secretaria, levantó la cabeza y exclamó: “¿He dicho yo eso? Podía haberlo hecho sin tantas complicaciones”?. En la subasta alcanzó los 6 millones de dólares.

Einstein también fue un hombre comprometido políticamente. Admiraba el coraje político de personas como Walter Rathenau, ministro de Asuntos Exteriores de la República de Weimar. Tras su asesinato escribió: “No es mérito ser un idealista cuando uno vive en babia; él fue idealista aun viviendo en la tierra y conociendo su hedor como casi nadie”. Pero había algo que no lo convertía en buen político. Bertrand de Jouvenel decía que la principal característica de un problema político era que admite arreglo, pero no solución. Algo inaceptable para el genial físico. Así, cuando en noviembre de 1952 murió el presidente de Israel Chaim Weizmann y el Primer ministro David Ben-Gurion decidió ofrecerle la presidencia, éste preguntó a su secretario personal: “¿Y qué hacemos si acepta?”. Por suerte para ellos, no lo hizo.

El 18 de abril de 1955, una hora después de la media noche, su corazón dejó de latir. Dos días antes había dicho a un amigo íntimo: “No estés tan triste. Todos tenemos que morir”.

Desmontando al mito

El físico afable y humilde también tuvo una hija ilegítima, un matrimonio fracasado, demostró desdén hacia las personas que le rodeaban y solo amó una cosa en su vida: la ciencia.

Cuando no era más que un joven de 20 años que acababa de solicitar la nacionalidad suiza. El problema es que una buena parte de esa vida fue ocultada al público y a los historiadores de la ciencia por sus representantes legales. Así, cuando su hijo Hans Albert murió de un ataque al corazón en 1973, muchos de los secretos de su padre reposaban en el interior de una caja de zapatos en la cocina de su casa en Berkeley: la correspondencia familiar desde finales del siglo XIX. La colección era tan delicada que los albaceas de la herencia del físico, que tenían el control legal sobre la publicación de sus palabras, fueron a juicio para impedir que Hans Albert publicase parte de ellas tras la muerte de su padre. No es extraño que los guardianes de la reputación del sabio, su secretaria Helen Dukas y eleconomista Otto Nathan, recibiesen el apelativo de “los sacerdotes de Einstein”. ¿Qué podía ocultarse en las cartas y escritos del hombre del siglo de la revista Time?

Einstein se definía como un hombre solitario, un Einspanner (un coche tirado por un único caballo), y así se debe entender su vida. Bertrand Russell lo describió como alguien a quien los asuntos personales no ocuparon gran cosa en su mente. Su imagen de genio excéntrico y comprometido con la humanidad le convirtió en, como el propio Einstein bromeaba, un santo judío. Sin embargo, fue un hombre cuyas palabras en público se contradecían con sus hechos en privado, fue un hombre “cuya combinación de visión intelectual y miopía emocional dejó detrás de sí una serie de vidas dañadas”.

La primera de ellas fue la de Marie Winteler, la hermosa hija del matrimonio que acogió al dieciseisañero Einstein en Aarau cuando se preparaba para el ingreso en el Politécnico de Zúrich. Marie era dos años mayor que él y ambos se enamoraron profundamente, como los dos adolescentes que eran. Su estancia allí fue uno de los periodos más felices de su vida. Pero al terminar el instituto y marchar al Politécnico en 1896 las cosas cambiaron. Einstein sugirió, sin previo aviso, que debían dejar de escribirse. Es más, y según se desprende de las cartas de Marie, Albert pareció acusarla de querer acabar con su relación al irse de maestra a Olsberg, al noroeste de Aarau y más lejos de Zúrich, donde se iba él. Pero eso no le impedía enviar la ropa sucia a Marie para que se la lavara. La relación continuó, más por empeño de Marie que de Albert, quien había posado sus ojos en una compañera de clase, Mileva Maric. No está muy claro cuándo dio por terminada su relación con Marie -simplemente, dejó de escribirla-, pero en las vacaciones de primavera de su primer año en Zúrich marchó a ver a su familia a Pavía en lugar de esperar a que Marie se reuniese con él tal y como había planeado durante el invierno. La ruptura sumió a Marie en una profunda depresión de la que tardó bastantes años en salir. Cuando se casó, Einstein dijo a su amigo Besso que eso ponía fin a uno de los peores puntos negros de su vida.

Mientras, todo el interés del joven Einstein estaba dirigido a la serbia y coja Mileva. Y es que a Einstein siempre le gustó la compañía de las mujeres, aunque nunca estuvieron por encima de su pasión por la ciencia. Marie, consciente de su inferioridad intelectual respecto a Albert, temía ser poca cosa para él y que debido a eso perdiera interés por ella. Eso no sucedía con Mileva. Acostumbrado a las conversaciones burguesas y casi frívolas de las mujeres a las que había dedicado sus atenciones, Einstein quedó fascinado por ésta. Y mientras Marie le escribía desde Olsberg, Albert iba a conciertos con Mileva.

En 1900, el año del examen de licenciatura, la Sección VI A, de Física y Matemáticas, del Politécnico de Zúrich tenía 5 alumnos: Marcel Grossmann, el vástago de una rica familia que estuvo a su lado en los tiempos de penuria y quien, a través de su padre, le consiguió el trabajo en la Oficina de Patentes; Jakob Ehrat, a menudo compañero de pupitre de Einstein y a cuya madre iba a visitar siempre que se sentía sólo; Louis Kollros, quien sacaría la mayor puntuación en el decisivo examen final; y la serbia de ojos oscuros y bonita voz Mileva, de 21 años.

Su relación fue creciendo lentamente durante los 4 años de estudios en el Politécnico. Einstein la veía como su camarada intelectual y para la fecha del examen la amistad se había convertido en romance. El ya ciudadano suizo quedó el cuarto (4,91 sobre 6) y Mileva no aprobó, algo que la deprimió profundamente. Pero el amor entre ellos iba a enfrentarse a un gran reto: la madre de Einstein. Cuando vio que esta relación era algo más que uno de sus clásicos flirteos, se enfadó muchísimo. Como buena alemana, Pauline creía que los serbios eran de una clase inferior. Y no sólo eso: “Ella es un libro, igual que tú (…). Pero tú deberías tener una mujer. Cuando tengas 30 años, ella será una vieja bruja”.

En enero de 1902 sucedió un “incidente” que iba a marcar profundamente su relación y del cual nada se supo hasta 1987: Mileva dio a luz a una hija, Lieserl. La actitud de Einstein, que se encontraba trabajando como profesor en Schaffhausen mientras que Mileva permanecía en Zúrich, es llamativa. Durante el embarazo sus cartas revelan a un padre expectante y entusiasmado. Sin embargo, tras el nacimiento de Lieserl, adoptó una actitud distante y fría. No la volvió a mencionar en sus cartas y jamás fue a verla. Después de un pacto de silencio, ninguno volvería a escribir sobre ella. La hija ilegítima de Einstein desaparece de la historia dos semanas después de su nacimiento y jamás ha vuelto a saberse nada de ella.

La relación entre ambos se resintió y Mileva no volvió a ser la misma. A ello habría que añadir que por segunda vez suspendió el examen de licenciatura. A pesar de todo, se casaron el 6 de enero de 1903. Einstein, ya en la Oficina de Patentes, se volcó en su trabajo y la pericia científica de Mileva le convirtió en “su colega”. ¿Pudo esto, a la larga, afectar a su matrimonio? Años después confesaba: “Muy pocas mujeres son creativas. No enviaría a mi hija a estudiar Física. Estoy contento de que mi (segunda) mujer no sepa nada de ciencia”. Para Einstein, la ciencia hacía a las mujeres agrias. Quizá por ello dijera de Marie Curie: “nunca ha escuchado cantar a los pájaros”.

Con el paso de los años, el matrimonio fue enrareciéndose. En mayo de 1912 la discordia ya era obvia. Para entonces Einstein había retomado su relación consu prima Elsa, la que sería su segunda mujer -el primer mensaje que Einstein le mandó el 30 de abril era una nerviosa declaración de amor-. Su papel en la desintegración del matrimonio no está claro debido al natural secretismo con que Einstein envolvió su vida. Lo cierto es que la evolución del matrimonio Einstein-Mileva desde ese año hasta su divorcio en 1919, justo el año en que el físico se convirtió en una figura reverenciada a nivel mundial, fue el clásico: distanciamiento, peleas, falta de relación… incluso llegó a pegarla.

Sus hijos, Hans Albert y Eduard, sufrieron la separación y fueron usados como arma arrojadiza. La relación que tuvo con ellos fue irregular: sí ejerció de padre, pero la ciencia siempre estuvo por encima. Un momento crítico sucedió al sufrir Eduard un colapso mental. Mileva y Hans Albert le pidieron que regresara a Suiza para ayudarle. Einstein les contestó que prefería quedarse en Berlín, donde entonces era profesor. Primero, porque creía que allí podía hacer un buen trabajo científico; segundo, porque estaba convencido de que Mileva había envenenado a sus hijos contra él. Eduard, esquizofrénico, terminó sus días en una institución mental de Suiza.

Einstein se divorciaba el 14 de febrero de 1919 y se casaba con Elsa el 2 de junio. Su segunda mujer fue la pareja que necesitaba: cuidaba de él tan amorosamente como podría hacerlo una madre. Einstein, convertido en una figura legendaria, se dedicaba a su verdadero amor: la ciencia. Claro que no descuidó a las mujeres. Muchos estudiosos piensan que fueron, casi sin excepción, relaciones puramente platónicas pero lo suficientemente intensas como para que sus dos mujeres tuvieran celos. Hasta el punto de que a Elsa, enfrentada al secreto a voces de la relación entre su marido y Margarete Lebach, una joven rubia austriaca, sus hijas le aconsejaron separarse.

Poco a poco Einstein fue expresando cínicos comentarios acerca del matrimonio: “Tuvo que ser inventado por un cerdo sin imaginación, esclavitud en un envoltorio cultural…”. Algunos le han acusado de misoginia, pero su actitud hacia las mujeres fue la misma que hacia los hombres: a todos trató con distante cortesía y amabilidad. Einstein fue un hombre preocupado por la humanidad, pero indiferente con los seres humanos concretos, a quienes valoraba únicamente por su capacidad intelectual (por eso Elsa siempre se sintió inferior).

El éxito de sus teorías le convirtió en leyenda, incluso entre sus propios colegas. El gran físico Wolfgang Pauli, un hombre que no se caracterizaba precisamente por ser respetuoso, trataba a Einstein de manera diferente al resto. Fue reverenciado como un dios, aunque él mismo era esencialmente modesto y amable. “Yo hablo de la misma manera con todo el mundo, ya sea basurero o rector de universidad”. Claro que también tenía su ego. Una vez, Einstein envió un artículo a la revista Physical Review. El editor tuvo la osadía de hacer lo que siempre se hace en las publicaciones científicas: enviarlo a otros científicos para que lo revisaran y esperar su juicio sobre si era de la calidad suficiente como para publicarlo. Esto no le gustó nada: nunca más volvió a enviar sus trabajos a esa revista.

Ciencia en estado puro

En 1905, Einstein escribió una serie de trabajos que iban a revolucionar la Física. Diez años más tarde, su genial cerebro revolucionó nuestra percepción del universo. Así fue cómo lo hizo.

En 1902 se fundó en Berna la Academia Olimpia, dedicada a discutir de ciencia y filosofía. Era una sociedad peculiar, compuesta por sólo tres miembros: Maurice Solovine, Conrad Habicht y Albert Einstein. Tres años más tarde, Solovine y Habicht se marcharon de la ciudad y la Academia se disolvió, pero no dejaron de estar en contacto. En primavera Einstein escribía a Habicht prometiéndole cuatro trabajos: “El primero trata de las características de la radiación y es muy revolucionario. El segundo trabajo es la determinación del verdadero tamaño del átomo… El tercero demuestra que los cuerpos en suspensión en un fluido y de dimensiones de una milésima de milímetro deben experimentar un movimiento desordenado producido por la agitación térmica. El cuarto trabajo es sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento, empleando una modificación de la teoría del espacio y el tiempo”.

Dicho y hecho. Ese año de 1905 envió 5 artículos a la revista Anales de Física: el que le condujo al premio Nobel por su explicación del efecto fotoeléctrico (18 de marzo); el que le hizo científicamente famoso al explicar el movimiento browniano (11 de mayo); el que puso las bases de la teoría especial de la relatividad (30 de junio); el que contiene la ecuación más famosa de la historia,E= mc2 (27 de septiembre); y un segundo trabajo, menos interesante, sobre el movimiento browniano (19 de diciembre). De propina, además, una tesis doctoral donde plantea una nueva forma de medir el tamaño de las moléculas (30 de abril), que se convirtió en su trabajo más citado.

Los artículos sobre el movimiento browniano y su tesis doctoral tienen su origen en dos problemas centrales de la física de comienzos del siglo XX. El primero era la misma existencia de las moléculas: ¿cómo probar que son reales? El segundo era consecuencia del primero. Si son reales, ¿cómo relacionar su movimiento con conceptos como la temperatura?

La solución al primer interrogante pudo ocurrírsele mientras tomaba el té. Al poner un terrón en el agua, se disuelve y se difunde por toda la taza, haciéndola más viscosa. De esta simple observación, Einstein dedujo una forma de calcular el tamaño de las moléculas y un valor para una constante fundamental llamada el número de Avogadro, que dice la cantidad de moléculas de un gas que hay en un volumen dado en unas condiciones concretas. Con él se puede determinar la masa de cualquier átomo. Éste fue el contenido de su tesis. Lo curioso es que al enviarla a la Universidad de Zúrich el encargado de evaluarla, Alfred Kleiner, la rechazó por ser demasiado corta. Einstein añadió una frase más y fue aceptada.

Los artículos de Anales discuten un fenómeno estudiado en 1827 por el botánico-conservador del Museo Británico Robert Brown: los granos de polen en suspensión en el agua se mueven de manera errática e imposible de predecir. En 1905 nadie había logrado explicar este movimiento browniano.

Los problemas teóricos y matemáticos a los que se enfrentaba eran insuperables, pero Einstein los salvó con su brillante intuición física. Por un lado, dijo, tenemos el comportamiento microscópico del grano de polen, que podemos asimilarlo a una molécula gigante. Por otro, ese grano es lo suficientemente grande como para que también obedezca las mismas leyes que gobiernan el movimiento de un sólido en un líquido, como un submarino. Einstein llegó a la conclusión de que midiendo el desplazamiento medio del polen podía calcular el valor de constantes fundamentales como el número de Avogadro. La chispa de su genio son las palabras desplazamiento medio: no importa el recorrido real sino la distancia en línea recta desde el principio al final (imaginemos un coche subiendo un puerto; no importa las vueltas que dé la carretera -el camino browniano-; lo que interesa es la distancia recorrida en línea recta). Con todo ello se deduce que el polen se mueve porque las moléculas de agua chocan con él como en un billar microscópico. Por tanto, el calor no es otra cosa que agitación molecular. Einstein había demostrado la existencia de los átomos.

A pesar de la importancia de estos trabajos, la imaginería popular asocia a Einstein con la teoría especial de la relatividad. Con ella no sólo suprimió del universo el éter, esa sustancia sutil que llenaba el espacio y permitía a la luz viajar por el cosmos, sino que resolvió la profunda discrepancia que había entre la mecánica, que se ocupa de los objetos en movimiento, y el electromagnetismo. La situación era crítica: o se cambiaba la mecánica clásica, la de tiempos de Galileo, o se hacía lo propio con la teoría electromagnética enunciada por Maxwell en el siglo XIX.

Einstein, contra todo pronóstico, optó por la primera opción. Semejante decisión le llevó a afirmar que la velocidad de la luz es irrebasable y, por consiguiente, debemos dejar de considerar el tiempo y el espacio como absolutos. No son entidades separadas sino que conforman un continuo espacio-tiempo que depende del observador. Como la luz transporta información y su velocidad es finita, dos sucesos simultáneos para alguien no tienen que serlo para otro. El tiempo es relativo, el tic-tac del reloj depende de la velocidad a la que se mueve. Y lo más sorprendente: dentro de esta teoría se esconde E = mc2, una ecuación que demostró toda su potencia con la bomba atómica.

Ahora bien, el artículo que cambió el mundo y por el que, después de ocho años como nominado, recibió el Premio Nobel, fue “Sobre un punto de vista heurístico concerniente a la producción y transformación de la luz”. En él explicaba el funcionamiento de las células fotoeléctricas: ¿Por qué hay materiales que al incidir sobre ellos luz de cierto color (frecuencia) emiten electrones? El efecto fotoeléctrico es inexplicable si admitimos que la luz es una onda. Por ello Einstein dio una vuelta de tuerca a la propuesta de Max Planck de 1900 donde decía que la materia emite y absorbe energía en forma de pequeños paquetes o cuantos. Einstein afirmó que no sólo ocurría eso, sino que la energía, la propia luz, estaba formada por cuantos: los fotones.

Einstein es uno de los padres de la teoría más perfecta de la ciencia, lamecánica cuántica, pero siempre renegó de ella porque conduce a la desaparición de la causalidad: “Dios no juega a los dados”. Incluso decía que ser tan buena era una prueba clara de que era incorrecta. Esta postura revela su carácter: Einstein podía ser radical, pero no un rebelde. La relatividad no significó nunca una ruptura tan drástica.

Tras semejante despliegue de pirotecnia intelectual tuvimos que esperar dos años, a 1907, para que volviera a suceder algo parecido. Sentado ante su mesa de la oficina de patentes tuvo un pensamiento: Si una persona cae libremente no siente su propio peso. “Fue el pensamiento más feliz de mi vida”, dijo. Acababa de abrir la puerta a su obra maestra: la teoría general de la relatividad. Einstein había descubierto el principio de equivalencia: Encerrados en un armario, no hay forma de distinguir si estamos en un planeta o viajamos por el espacio a aceleración constante.

Con la inapreciable ayuda de su amigo matemático Marcel Grossmann, Einstein trabajó duramente durante varios años. En noviembre de 1915 presentó su teoría en la Academia de Ciencias Prusiana, “el momento más dichoso de mi vida”. En esas lecciones dio a conocer una teoría que conectaba la geometría del espacio con la materia presente en él: el valor de la curvatura en un punto del espacio es una medida de la gravedad existente en dicho punto. A mayor densidad del objeto, mayor curvatura y, por tanto, mayor gravedad.

La relatividad general es una de las teorías más importantes de la física. Su encanto se vio confirmado en el eclipse total de 1919, cuando el astrofísico Arthur Stanley Eddington observó la desviación de los rayos de luz de las estrellas al pasar cerca del Sol: las estrellas no estaban donde debían estar, sino donde Einstein decía. Tras la confirmación, The New York Times la tildó como “uno de los más grandes éxitos de la historia del pensamiento humano”.

El legado de Einstein

Desde el interior del átomo a la estructura del espacio, pasando por el corazón de las galaxias, nada se puede entender sin echar mano de sus ideas. Sus trabajos han influido decisivamente en la Física del siglo XX.

En 1969 se publicaba en serbio la biografía de Mileva Maric. Su autor, Desanka Trbuhovic-Gjuric, defendía que gran parte de la relatividad especial era creación, no de Einstein, sino de su primera mujer. No era la primera vez que se lanzaba este tipo de acusación, ni tampoco fue la última. También se ha dudado su paternidad en las ecuaciones clave de la relatividad general. Algunos historiadores han señalado que el artículo donde aparecen por primera vez las ecuaciones del campo gravitatorio fue enviado por Einstein a la Academia de Ciencias de Berlín el 25 de noviembre de 1915, pero 5 días antes el gran matemático de Gotinga David Hilbert enviaba otro titulado “Los fundamentos de la Física” donde también aparecen las ecuaciones de la relatividad general. ¿Pudo haberse inspirado Einstein en este artículo que sabemos que Hilbert le envió para encontrar las ecuaciones que buscaba con ahínco desde 1907? En principio es posible, aunque lo que resulta innegable es que la interpretación correcta corresponde, sin lugar a dudas, a Einstein.

No obstante, ambas acusaciones no se sostienen. La primera, porque en ningún momento de su vida Mileva comentó tal punto y no hay ninguna indicación en los documentos de la época que nos haga pensar así (algunos conspiranoicos han querido ver en el hecho de que Einstein le entregara la totalidad del dinero del premio Nobel a Mileva, como le prometió en el divorcio, una forma de acallar su voz). La segunda, sólo se pudo resolver a favor de Einstein en 1999 porque se encontraron las primeras pruebas del artículo de Hilbert, fechadas el 6 de diciembre de 1915.

La paternidad de Einstein de ambas teorías es, pues, innegable. Lo que sí es cierto es que la construcción formal de ambas teorías fue labor de otros: Minkowski para la relatividad especial y el propio Hilbert y Noether, entre otros, para la general. Así, la primera solución a las ecuaciones de la relatividad general fue encontrada por el director del Observatorio de Postdam, Karl Schwarzschild. Con cuarenta años, se alistó como voluntario al comenzar la Primera Guerra Mundial y mientras se encontraba en el frente ruso, en diciembre de 1915, halló una solución analítica al problema de una masa puntual situada en el espacio vacío. Desgraciadamente, no pudo defender su trabajo en la Academia. Durante su estancia en el frente oriental contrajo una enfermedad de la piel, el pénfigo, en aquella época incurable y mortal. Repatriado urgentemente, murió el 11 de mayo de 1916 en un hospital de Postdam.

Uno de sus mayores logros es que la descripción del espacio-tiempo encontrada explica correctamente el campo gravitatorio del Sistema Solar. Sin embargo, lo realmente fascinante es que esa misma descripción introduce uno de los objetos más desconcertantes de la física: el agujero negro. Schwarzschild demostró que si una masa está lo suficientemente concentrada, la curvatura del espacio en regiones próximas alcanzará tal magnitud que la dejará separada, aislada, del resto del Universo. Cualquier masa que se precipite en su interior se perderá irremisiblemente.

La relatividad general también predice que el Universo se encuentra en expansión. Cuando Einstein descubrió esta consecuencia no pudo creérsela. Para evitarlo, modificó las ecuaciones introduciendo un término ajeno a la teoría que detenía esa expansión: la constante cosmológica. Cuando tiempo después el astrónomo Edwin Hubble descubrió la expansión del Universo, Einstein declaró que la introducción de la constante cosmológica había sido elmayor error de su vida.

Quien sacó todo el partido a la cosmología encerrada en la relatividad general fue un meteorólogo ruso llamado Alexander Friedmann, que optó por resolver las ecuaciones para descubrir cuál sería el futuro del Universo. Y encontró que sólo hay dos opciones: un Universo abierto en continua expansión, y un Universo cerrado, donde la expansión se detiene y comienza a contraerse. Después entró en acción el belga Georges Lemâitre, un sacerdote con una encendida pasión por la Física, que siguiendo las ideas de Friedmann pensó que si se pasaba la película del Universo al revés, hacia el origen de todo, la materia tendría que haber estado concentrada en un punto, que bautizó con el nombre de átomo primitivo. Hoy su extravagante idea es aceptada por los cosmólogos de todo el mundo y Lemâitre es reconocido como el padre del Big Bang.

Pero la gran revolución en la Física vino del Einstein que demostró que la luzpresenta dos naturalezas: corpuscular, como los balines disparados en una feria, y ondulatorio, como las olas de un estanque. Esta visión la completó en 1924 el francés Louis de Broglie, al afirmar que ni siquiera los balines tenían que comportarse siempre como balines; también podían comportarse como las olas del estanque. La misma materia presenta esta dualidad onda-corpúsculo. El siguiente paso lo dieron Werner Heisenberg, que creó un esquema matemático conocido como mecánica matricial, con la que fue capaz de reproducir los resultados de la vieja teoría cuántica, y Erwin Schrödinger, que ofreció una formulación matemática a las teorías de De Broglie: nacía así la mecánica ondulatoria. Paul A. M. Dirac demostró que ambas eran formulaciones equivalentes de lo que desde entonces se conoce como mecánica cuántica. Con ella, no sólo hemos sido capaces de construir televisores y ordenadores, sino que hemos descubierto la verdadera estructura interna de la materia y nos dirige al sueño de una teoría que lo abarque todo.

Éste es el legado de Einstein: una nueva visión del mundo, de lo muy pequeño a lo inmensamente grande. Una visión en la que el propio espacio se ha convertido en una tela elástica que se estira y deforma y el decurso del tiempo depende de la velocidad a la que nos movemos.

Patricia Aloy
Patricia Aloyhttp://www.facebook.com/aloypatricia
Directora del Noticiero Digital Venezuela Sinfónica @vzlasinfonica www.venezuelasinfonica.com Los invito a leerlo! Caracas, Venezuela

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